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viernes, 20 de diciembre de 2019
sábado, 7 de diciembre de 2019
domingo, 1 de diciembre de 2019
lunes, 18 de noviembre de 2019
Otto Engelhardt, ilustre personaje del Aljarafe Sevillano que dijo Adiós al fascismo
Un telegrama a Hitler desde San Juan de Aznalfarache
Fuente: https://www.diariodesevilla.es/sevilla/Otto-Engelhardt-telegrama-Hitler-San-Juan-Aznalfarache_0_1409859260.html
¿Quién pudo enviar un telegrama el 6 de agosto de 1934 desde San Juan de Aznalfarache al mismísimo Adolf Hitler
ordenándole la clausura de los campos de concentración? Este episodio
histórico, verídico y documentado, es tan insólito como la vida de su
protagonista: Otto Engelhardt, una figura que fue clave para la Sevilla de la primera mitad del siglo XX, pero sobre la que cayó una pesada losa de olvido el 14 de septiembre de 1936, día en el que fue fusilado.
El personaje es de película. Tal es el potencial de su historia que ha sido ya llevada al cine a través de un largometraje documental de Ricardo Barby
con material, sin duda, para hacer no sólo una película, sino toda una
serie. Un trabajo que se presentará el próximo domingo en el Festival de cine de Braunschweig, cosas del destino, la ciudad donde nació Engelhardt. Y que ha permitido, además, arrojar luz sobre la vida de este alemán de nacimiento y sevillano de corazón.
Relatos que han sido un misterio hasta hace muy pocos
años para su propia familia. "Mi abuela Teresa, que era su nuera, era
quien reunía a los pequeños de la familia y nos contaba muchas
historias, pero yo era muy pequeña, lo que sé me lo transmitió mi
hermano Conrado", comenta Ruth Engelhardt, bisniesta del alemán, cuyo
retrato vestido de cónsul ha presidido siempre su salón familiar. Hasta
hace una década ni siquiera era capaz de distinguir qué había de verdad y leyenda
en esos relatos. "Empecé a reconstruir la historia desde el final,
desde su fusilamiento en el 36", apunta, explicando que fue el contacto
con una asociación de memoria histórica quien la animó a escribir el primer microrrelato sobre su bisabuelo.
Cuando hace ya tres años el equipo del documental empezó a
trabajar en él, sólo había trascendido que Otto Engelhardt había sido
un alemán fusilado en el 36 en Sevilla por sus críticas al nazismo y poco más. Y en ese contexto se produjo el encuentro con la familia y el historiador Carlos Font,
los únicos que, por separado, habían indagado en la figura del alemán.
Todos han participado en la cinta que, sin pretenderlo, ha logrado ir
borrando lagunas históricas gracias a un arduo trabajo de investigación
por los distintos archivos europeos que sigue produciendo nuevas revelaciones y sacando a la luz documentos insólitos.
Hay que hacer una elipsis para conocer bien la historia. Sevilla, 1894. Un ingeniero que trabajaba para AEG, la compañía eléctrica alemana, llega a la ciudad con el encargo de crear la Compañía Sevillana de Electricidad, fundada con capital germano. Otto Engelhardt fue el primer director de dicha empresa, hoy absorbida por Endesa. Un gestor de éxito
que impuso una estrategia que multiplicó por cinco el crecimiento de la
compañía en pocos años y que gozaba de la gratitud de sus propios
empleados. La prueba, que existe, es un libro de firmas que le regalaron en 1910 sus empleados, uno de los escasos documentos que hacen referencia a él en la actual empresa.
Este alemán trajo a Sevilla el alumbrado público y la electrificación del transporte en una época en la que el tranvía era tirado por mulas. Este segundo cargo le valió el apodo popular de Otto el de los tranvías.
"Era un personaje querido y nos gusta recordar que trajo la modernidad a esta ciudad", apunta su bisnieta mientras enseña la Medalla de Isabel la Católica
que le entregó Alfonso XIII cuando engalanó un coche y tres jardineras
del tranvía para recaudar fondos para los heridos en Melilla durante la
guerra del Rif, en 1909.
El gobierno alemán cuidó a su súbdito y en 1903 el káiser Guillermo II lo nombró cónsul honorario del Imperio Alemán en Sevilla,
donde participaba muy activamente de la vida social. Su bisnieta guarda
en su casa con celo el uniforme que lucía como diplomático. "Era un
puesto simbólico, no de carrera, pero el cónsul Engelhardt vivió el
cataclismo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el embajador alemán en Madrid, el Conde de Rattibor, lo reclutó para el servicio de información
alemán en Andalucía aprovechando su red de contactos, su posición
económica y su buen nombre", explica Font que, entre sus hallazgos como
investigador, cuenta con anotaciones de los pagos que Engelhardt hacía a
empresarios, periodistas y otros destacados personajes de la época.
Los aliados también vigilaron al cónsul,
que fue acosado en esta etapa y que ya se reveló como un personaje
libre y comprometido, según un episodio confirmado a raíz de una carta que envió al presidente de la República alemana en 1929,
el mariscal Hindenburg, donde critica al Gobieno alemán y le reclama
los servicios que él había prestado como informante, sacando a relucir
una anécdota con un submarino, otro dato histórico
insólito. "Un capitán de la Marina Imperial alemana llevó al consulado
alemán en Sevilla una serie de bombas pesadas y cartuchos de dinamita
con la intención de lograr la aquiescencia del consulado alemán para
atentar contra los barcos españoles que salieran del puerto de Sevilla",
relata Font. La discusión fue de alto calibre y Engelhardt, tras la
bronca, se deshizo de los explosivos tirándolos en un punto
indeterminado del Guadalquivir, por Gelves al parecer. "Si ese episodio
hubiese prosperado, ¿cómo habría afectado a la neutralidad española?",
se preguntan hoy sus familiares.
Otto entendía que su papel de cónsul era para misiones de paz, no de guerra.
Su valentía queda fuera de toda duda, aunque hay historiadores que
apuntan que su cargo de cónsul honorario facilitaba esa libertad que no
todos tenían en esos momentos.
A partir de esa fecha, los desencuentros con el gobierno alemán cada
vez eran más evidentes. Los aliados también lo acosaron y
desprestigiaron hasta conseguir que dimitiera de sus cargos, también
como director de Sevillana, en 1919.
El final de la guerra también supuso la ruina para Engelhardt que, como buen emprendedor que había demostrado ser, se reinventó y fundó unos laboratorios farmacéuticos en San Juan de Aznalfarache: Sanavida, nombre que resuena en el subconsciente de los sevillanos cuando se explica que, entre otros productos, fabricaba el Ceregumil
y otros vigorizantes. Font ha encontrado en los archivos fotografías
donde el alemán posa en un stand para promocionar sus productos en la Exposición del 29.
Engelhardt había sufrido un gran desengaño con su país y no lo ocultaba. Esto lo llevó a transformarse en un hombre de talante liberal, pacifista convencido y republicano, comenta Font, convencido de que el alemán encontró en España lo que no vio en la antigua república alemana y de ahí su fervor por la II República española.
Es paradójico cómo algunos escritos del alemán acaban con un ¡Viva España! Se comprueba en su autobiografía Adiós Alemania (1934), de la que se conserva un facsímil actualmente depositado en el Archivo General de Andalucía en
la que declara: "Como España es el primer país que en su Constitución
republicana se afrenta contra el crimen de la guerra, exclamo con todo
corazón, ¡Viva España!".
Otto Engelhardt llegó a devolver las muchas condecoraciones y medallas concedidas por el Gobierno alemán y en 1932 obtuvo la nacionalidad española,
un año antes que de Hitler fuera nombrado canciller. Ya vivía en Villa
Chaboya, que, pronto, se convirtió en objetivo del espionaje porque el
ingeniero alemán no dudó en combatir con fuerza desde el primer momento
al nazismo.
El ex cónsul empezó a publicar artículos en la prensa de la época, muchos en El Liberal dirigido por José Laguillo, en los que sin rubor llega incluso a caricaturizar al führer. En uno de los artículos escritos en este diario el 15 de octubre de 1932, titulado La Dictadura en Alemania,
concluye: "Gracias a Dios que vivo ahora como ciudadano español, bajo
la protección de un Gobierno que está tan lejos del fascismo como yo de
Hitler y sus príncipes. ¡No dejo de amar a mi Alemania y deseo para ella
de corazón que vengan pronto días felices sin Hitler, sin barones y
príncipes; días republicanos de verdad..." Engelhardt fue uno de los
primeros en ver los peligros del nazismo, pero no de lo que llegaría
luego a España después de la II República.
La investigación ha permitido también localizar anuncios
en la prensa donde Otto ofrecía su casa a los alemanes necesitados de
exilio. Su faceta de pacifista se refuerza con la aparición de
documentos que lo señalan como impulsor de una iniciativa ciudadana "Pro Sevilla, ciudad de la contraguerra" en 1932.
Otra anécdota que recuerda su nieto Conrado y que recoge
su personalidad rebelde se sitúa en una de las visitas que el Gran
Zeppelin hizo a Sevilla. Mandó ondear en Villa Chaboya la bandera republicana alemana y con un megáfono gritó a su paso "¡Abajo el gobierno fascista alemán!".
La citada autobiografía, Adiós Alemania, lleva como subtítulo "con sus
barones y fascistas". Su provocación máxima fue cuando dirigió un telegrama urgente a Hitler,
con fecha de 6 de agosto de 1934, ordenándole la clausura de los campos
de concentración. El excepcional documento fue localizado por el
historiador Carlos Font dos días antes de concluir el rodaje del
documental. No satisfecho, dio un paso más y, dispuesto a denunciar ante
todo el mundo los métodos nazis, en 1935 dirige de nuevo una carta extensa a "Herr Adolf Hitler, Führer del pueblo alemán", que es toda una declaración a favor de los derechos humanos.
Todos estos documentos, al igual que las fotografías cedidas por la familia serán depositados en breve en el Archivo General de Andalucía
con la intención de crear un fondo que pueda ser consultado por todos
los investigadores, una opción que permitirá arrojar de seguro nuevos
datos sobre el personaje.
Tras comenzar la Guerra Civil española, fue ingresado por una flebitis en el Hospital de las Cinco Llagas:
sala San Cosme, cama número 37, según se recoge en la documentación. En
la que es hoy la actual sede del Parlamento andaluz, en uno de sus
patios, se repuso el año pasado una placa que en su día lució en la sala
San José, hoy ya no existe, en agradecimiento al alemán por sus
donaciones.
Otto Engelhardt recibió el alta el 12 de septiembre de
1936 de manera repentina, pues seguía enfermo, y tras ser detenido y
retenido, en aplicación del bando de guerra del general Queipo de Llano,
en la Delegación de Orden Público, fue fusilado el 14 de septiembre de 1936,
se cree que en el Cementerio de San Fernando de Sevilla. Su cadáver,
como el de otras víctimas de la Guerra Civil, reposa en una fosa común. Tenía 70 años y su oposición al nazismo le costó la vida.
Otto se había casado en Sevilla en segundas nupcias con Mercedes Granados (su primera mujer, Ana Holtz, no tuvo un final feliz), que tuvo tuvo que convivir con registros de la Gestapo y hasta con los soldados alemanes de la Legión Condor
que se alojaron en su casa, según relata el historiador Carlos Font.
Conrado Engeldhart, el padre de Ruth y nieto del ingeniero que desafió a
Hitler, era un niño de muy corta edad cuando se sucedieron estos
acontecimientos que lo marcaron. "Mi padre vivió registros, oía los
fusilamientos a veces desde su casa y tuvo que hacer la comunión a las
siete de la mañana por ser nieto de rojo", comenta Ruth.
En
la familia Engelhardt se cuenta que Mercedes guardaba una botella de
champán para cuando cayese Franco, pero murió antes. Y se hizo un silencio que se ha roto siete
u ocho décadas después. "Y ahora no vamos a parar", añade Ruth
mostrando la declaración de reparación y reconocimiento personal que le
entregó a la familia el Ministerio de Justicia en 2011
tras acreditar que Otto Engelhardt sufrió persecución y violencia por
razones políticas e ideológicas y fue injustamente ejecutado. "Hay cosas
que no se pueden olvidar, no es resentimiento, es que somos muchas
familias las que intentamos rescatar del olvido a nuestros seres
queridos, asesinados por el terror, por un sinsentido", comenta Ruth
convencida de que el tema de la recuperación de la memoria histórica se
entiende mejor en Alemania que en España.
En tierras germanas se presentará la semana que viene el documental de Ricardo Barby, que se estrenó en primavera en San Juan de Aznalfarache y que ahora irá al festival de cine de Braunschweig (en
el de cine europeo de Sevilla, que concluye estos días, no ha tenido
cabida para pesar de sus autores). Días antes lo hará en el Festival de Zaragoza y antes de que acabe noviembre en Montaverner (Valencia). Entre enero y febrero la cinta se pasará por festivales en México y Venezuela. Y se espera que Canal Sur,
que ha colaborado en la producción y tiene los derechos, emita el
documental antes de que finalice el año. El mejor altavoz para una
historia que aún tiene mucho por descubrir.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
jueves, 10 de octubre de 2019
España
Santiago Alba Rico
Nuestras élites, de derechas y de izquierdas, siguen pensando España como una guerra (o dos o tres), y en tiempos de crisis arrastran al electorado a la batalla.
Me gusta pensar en España desde los Pirineos.
Hacia el año 870 una princesa cristiana de Bohemia de nombre Orosia entró en la península ibérica por la cordillera pirenaica para desposar a un caudillo visigodo. Interceptada la comitiva por una mesnada musulmana –cuenta la leyenda– su cabecilla propuso matrimonio a la cautiva y, ante el rechazo de esta, la mandó torturar y decapitar. Orosia es hoy la patrona de Jaca y una de las mártires del santoral español. Lo que no dice la Wikipedia es el nombre del cabecilla musulmán: Mohamed Ibn Lupo de Tena, que obviamente no procedía de la Meca sino que era un nativo peninsular convertido al islam, hijo del cercano valle de Tena. Orosia era una ocupante extranjera; su verdugo era, si se quiere, “español”.
Es el centro mismo del imperio, pobre y despoblado, el que ha pagado las consecuencias de “su” victoria en las dos guerras civiles, la de religión y la germánica, al tiempo que, por eso mismo, obstaculiza políticamente cualquier reconstrucción nacional
En Roncesvalles, como sabemos, se libró en 778 una conocida batalla en la que el ejército de Carlomagno sufrió su primera derrota. Esta derrota y la muerte de Roldán, sobrino del emperador, dio lugar a un sinnúmero de leyendas, quintaesenciadas en la famosa Canción de Roldán, poema épico que forma parte del canon literario francés y que impuso el relato histórico de una gran cruzada contra los musulmanes. Pero la derrota del ejército carolingio nada tuvo que ver con los musulmanes. Las tropas francas venían de intentar establecer una “marca carolingia” en la península y, tras saquear Pamplona, estaban a punto de cruzar los Pirineos cuando fueron emboscadas y diezmadas por un pequeño grupo de vascones ávidos de venganza. Hoy el diminuto y oprimente pueblo de Roncesvalles, en Navarra, exhibe grandes monumentos –incluido un silo de Carlomagno– que orientan la atención hacia la guerra de religión contra los musulmanes y no hacia el famoso hecho de armas acaecido en el valle. En la colegiata gótica donde está enterrado Sancho el Fuerte de Navarra, por ejemplo, se recuerda a los visitantes su participación junto a los reyes de Castilla y de Aragón en la batalla de Navas de Tolosa (¡en Jaén y en 1212!), decisiva victoria sobre los almohades de Miramamolín. Los descendientes de esos reyes de Castilla y de Aragón, dicho sea de paso, conquistarían Navarra trescientos años más tarde, último reino peninsular en caer en manos de los Reyes Católicos (quince años después de Granada). Lo que quiero decir es que el ejército carolingio, con el que se identifican las glorias de nuestra españolísima “reconquista”, era un ejército ocupante mientras que los vascones eran, si se quiere, nativos “españoles”, a los que se niega o escatima esa hazaña.
En tiempos de Orosia y de Roncesvalles no existía España, que fue el resultado trabajoso y fallido de una doble guerra: una guerra de religión entre musulmanes y cristianos y una guerra civil entre ocupantes germánicos. La larga guerra contra los musulmanes, en buena parte conversos bereberes o hispanorromanos, ocultaba ambiciones territoriales, pero movilizó a toda Europa y no podía acabar en ninguna forma de acuerdo o compromiso. La guerra civil germánica, que se solapó con la primera, terminó con el sometimiento de todos los reinos peninsulares, musulmanes o cristianos, al dominio de los Reyes Católicos. España nació cristiana y castellana; y con esos mimbres sólo se podía construir –como bien explica el profesor Villacañas– un imperio. Su acta fundacional es la expulsión de los judíos y la erradicación del islam (cuyo colofón fue el decreto contra los moriscos, oficialmente cristianos, en 1609), así como la conquista de América, a donde se trasladó el apóstol Santiago en su caballo blanco, una vez derrotados los moros, para echar una mano contra los indios. Los que hoy reivindican España desde la derecha no están reivindicando una nación sino su papel victorioso en un imperio insostenible. Cualquiera que se dé una vuelta por los Pirineos, de este a oeste o viceversa, se percatará –por lo demás– de las consecuencias desastrosas y paradójicas de este imperio fallido: Aragón, cuna de España y tumba de sí misma, absorbida en Castilla, boquea con dificultad, llena de historia y vacía de gente, entre dos naciones opulentas, Navarra y Catalunya, las derrotadas de la guerra civil germánica. Más al sur Andalucía, sombra ilusoria de Al-Andalus, la otra gran derrotada por el imperio castellano, ha mantenido sin embargo una fuerte personalidad política e institucional (como lo demuestra su acceso a la autonomía en virtud del artículo 151). He aquí la paradoja: resulta que es el centro mismo del imperio, pobre y despoblado, el que ha pagado las consecuencias –culturales y económicas– de “su” victoria en las dos guerras civiles, la de religión y la germánica, al tiempo que, por eso mismo, obstaculiza políticamente cualquier reconstrucción nacional.
La guerra de religión prosiguió después de 1492 contra erasmistas, herejes y brujas y más tarde contra ilustrados y socialistas. La guerra civil germánica continuó asimismo, enredada con guerras de sucesión y rebeliones anticentralistas. Una y otra –la de religión y la germánica– mezclaron sus cartas en conflictos ideológicos y sociales durante el siglo XIX y principios del XX: pensemos en las guerras carlistas y en la guerra civil española (1936), que fue “española” paradójicamente porque fue “mundial”. Con excepción del breve período de la lucha por la independencia frente a Napoleón (1808-1812), estas dos guerras internas han impedido la construcción de una nación: no lo es ni en sentido antropológico ni en sentido democrático. Los que reivindican esta no-nación, cuya síntesis es la monarquía borbónica, lo suelen hacer mezclando y reactivando las dos guerras, hasta el punto de que la función “musulmán” la ejercen hoy, más que los inmigrantes musulmanes (que también), los germánicos catalanes que reivindican la separación de España sin entender que es imposible emanciparse de un país que no existe. Incluso para eso habría que construirlo. ¿Es una pretensión realista?
La función “musulmán” la ejercen hoy, más que los inmigrantes musulmanes (que también), los germánicos catalanes que reivindican la separación de España sin entender que es imposible emanciparse de un país que no existe
No será fácil. Las élites de la derecha germánica (incluidas las catalanas) siguen pensando la lucha por España y la lucha contra España en términos de guerra de religión y de guerra civil medieval. El PSOE, partido monárquico y nacionalista español, ha buscado beneficios partidistas en el conflicto sin atreverse nunca a una revisión constitucional de esta no-nación, pese a contar varias veces con mayorías sociales y electorales en las últimas décadas. Lo malo es que, a fin de mantener ese imperio, fallido y además perjudicial para sus vencedores pasivos, y de impedir la construcción de una nación, ha hecho falta un ininterrumpido ejercicio de violencia y dictadura, regla fatal de nuestra historia común. Franco comprendió muy bien este engendro e intentó crearla de un solo golpe (la nación) fabricando de cero un español nuevo, un “hombre nuevo”, cuya condición era la eliminación de la mitad de los españoles (la llamada anti-España). En cuanto a la izquierda más radical, derrotada histórica de todas las guerras, ha acabado cediendo, contra el imperio fallido y la nación malograda, al obrerismo o al cosmopolitismo, fascinada a menudo, en su creciente provincianismo, por las luchas periféricas y despreciando siempre las tierras de Castilla (en sentido lato) y a sus gentes; y renunciando, en nombre de una cultura más verdadera o refinada, a la cultura de la mitad de España. Nuestras élites, de derechas y de izquierdas, siguen pensando España como una guerra (o dos o tres), y en tiempos de crisis arrastran al electorado a la batalla. Como casi siempre, esta España reaparece en el costado de una gran crisis económica y una gran crisis institucional europea.
Nuestros Pirineos están jalonados de hermosas iglesias románicas que hay que conservar, de altas torres y atalayas belicosas que no debemos derribar, de grandes palacios fronterizos que señalan viejas costuras sin hilvanar. El problema de la memoria –y aún más el de la mitológica– es que deja robustos rastros materiales: monumentos, castillos, catedrales, que mienten u ocultan otros relatos (y otros edificios). No hay que tocarlos. Los necesitamos para pensar. No pueden contar cualquier historia, pero sí algunas historias diferentes; permiten escoger, sobre todo, entre narrar la historia de una victoria o la historia de un conflicto. Si los gestores de piedras vivas, como los gestores de discursos muertos, no se inclinasen interesada e ideológicamente por la primera opción, algún día las piedras de España (junto a otras recuperadas bajo las ruinas de la doble guerra prenacional) contarían la historia de un conflicto superado. Nunca hemos estado más lejos de eso. Quinientos años no es nada y podemos seguir así otros quinientos, unas veces mal, otras veces peor, a remolque de Europa y de nuestras élites irresponsables, mucho más belicosas e ideológicas que nuestros pueblos, los cuales no asocian las iglesias, los castillos y los palacios a ninguna guerra presente, pero que sufren las consecuencias materiales –y políticas– de esta eterna guerra de religión contra los “musulmanes”, como quiera que se llamen en cada época, y de esta eterna guerra civil germánica que la no-nación, cuyo seudónimo fue Imperio y ahora es Estado, libra contra sus ciudadanos.
lunes, 19 de agosto de 2019
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